Aunque no lo parezca, el combustible en tu depósito está en constante evolución. Su degradación puede afectar tanto a su rendimiento como a la salud de tu motor.
Cada vez que repostamos gasolina o gasóleo en nuestro coche, asumimos que es un producto homogéneo y estable. Pero, en realidad, el combustible con el que llenamos el depósito es una mezcla compleja de hidrocarburos, aditivos y, en muchos casos, componentes biológicos.
La gasolina, por ejemplo, está compuesta por una combinación de parafinas, isoparafinas, olefinas, cicloalcanos y compuestos aromáticos, junto con etanol como aditivo biológico en concentraciones que suelen variar entre el 5% y el 10%. Por su parte, el gasóleo, también conocido como diésel, se compone principalmente de parafinas y naftenos, a los que se suman, cada vez con mayor frecuencia, biodiésel o ésteres metílicos de ácidos grasos (FAME) en proporciones que alcanzan hasta el 7% en la mezcla.
Sin embargo, esta complejidad química no es estática. Con el tiempo y las condiciones adecuadas, los combustibles experimentan transformaciones que pueden alterar su composición inicial y, en consecuencia, sus propiedades químicas y físicas.
Estas alteraciones impactan directamente en su rendimiento en el motor, provocando desde un menor poder calorífico hasta problemas mecánicos en los sistemas de inyección. La evolución del combustible no solo modifica su capacidad para proporcionar energía, sino que también puede generar compuestos que perjudican a los componentes mecánicos del motor, desde los inyectores hasta las válvulas y las cámaras de combustión.
El combustible, por dentro
La gasolina es una mezcla de hidrocarburos ligeros, predominantemente compuestos de entre 4 y 12 átomos de carbono. En su composición encontramos parafinas, que proporcionan energía estable, olefinas, más reactivas, y compuestos aromáticos como el benceno y el tolueno, que mejoran el octanaje. Además de estos hidrocarburos, en la gasolina moderna se suele encontrar una proporción de etanol, un alcohol que mejora la combustión al ser más limpio pero que también es higroscópico, lo que significa que puede absorber agua, favoreciendo así reacciones no deseadas en el depósito.
El gasóleo, por otro lado, es una mezcla de hidrocarburos más pesados que los de la gasolina, con entre 12 y 20 átomos de carbono, y su formulación contiene principalmente parafinas, cicloalcanos y aromáticos pesados. A menudo se mezcla con biodiésel, un éster metílico de ácidos grasos (FAME), que aunque reduce las emisiones, tiene una mayor tendencia a oxidarse, lo que acelera la degradación del combustible. Tanto en la gasolina como en el gasóleo, los aditivos juegan un papel crucial: los antioxidantes protegen contra la oxidación, los detergentes evitan depósitos en los inyectores, y los mejoradores de cetano o octano optimizan la combustión. Sin embargo, con el tiempo, estos aditivos se consumen y pierden su efectividad.
Comienza la reacción
La principal causa de la degradación del combustible es la oxidación, un proceso químico que se inicia cuando los hidrocarburos del combustible reaccionan con el oxígeno presente en el aire del depósito. Aunque la gasolina y el gasóleo están formulados para resistir la oxidación, este proceso es inevitable cuando el combustible se almacena durante largos periodos.
En ausencia de luz ultravioleta, como es el caso en un depósito de combustible cerrado, la oxidación sigue siendo un problema debido a la presencia de trazas de oxígeno. Este oxígeno puede iniciar reacciones radicalarias, donde las moléculas de hidrocarburos se fragmentan y se convierten en radicales libres, desencadenando una cascada de reacciones que forman peróxidos, ácidos y otros compuestos de degradación.
El problema se agrava cuando existen trazas de metales en el depósito o en las líneas de combustible, como el cobre o el hierro, que pueden actuar como catalizadores, acelerando el proceso de oxidación. Estos metales son capaces de fragmentar los hidroperóxidos formados en etapas tempranas de la oxidación, generando nuevos radicales que perpetúan la degradación del combustible.
Estos son los productos
Los productos de la oxidación en los combustibles son variados y tienen consecuencias significativas para la mecánica del vehículo. En el caso de la gasolina, los hidroperóxidos formados durante las primeras etapas de oxidación se descomponen en aldehídos, cetonas y ácidos carboxílicos, que no solo reducen la estabilidad del combustible, sino que también contribuyen a la formación de gomas y resinas. Estas sustancias, de alto peso molecular y baja solubilidad, pueden precipitar en el depósito y formar depósitos en los sistemas de inyección, obstruyendo los inyectores y reduciendo la eficiencia del motor.
En el gasóleo, el proceso es similar pero más lento. Sin embargo, los ésteres presentes en el biodiésel se oxidan más fácilmente, formando ácidos y sedimentos. Estos productos no solo degradan la calidad del combustible, sino que también pueden provocar corrosión en las líneas de combustible y los inyectores, especialmente en motores diésel de inyección directa de alta presión.
Estas son las consecuencias
La formación de compuestos de alto peso molecular y baja solubilidad, como las gomas y resinas en la gasolina y los sedimentos en el gasóleo, puede tener graves consecuencias para los sistemas de inyección modernos.
En los motores de gasolina con inyección directa, donde las presiones de trabajo pueden alcanzar los 350 bar, cualquier obstrucción en los inyectores puede provocar fallos en la combustión, disminución de la potencia y un incremento en las emisiones. En los motores diésel, que operan a presiones de hasta 2.000 bar, los depósitos en los inyectores pueden causar inyecciones irregulares, dañando los pistones y las válvulas, y reduciendo la vida útil del motor.
Además de los problemas mecánicos, la oxidación del combustible reduce su capacidad para liberar energía de manera eficiente. La presencia de ácidos, aldehídos y cetonas en la mezcla puede alterar las propiedades de combustión, disminuyendo el rendimiento del motor y aumentando el consumo de combustible.
Estos son los plazos
El ritmo al que se degrada la gasolina y el gasóleo depende de diversos factores, como la temperatura de almacenamiento, la exposición al oxígeno y la presencia de agua en el depósito. En condiciones normales, la gasolina puede comenzar a mostrar signos de degradación entre los tres y seis meses de almacenamiento. El gasóleo, especialmente si contiene biodiésel, puede resistir hasta un año, pero con una pérdida gradual de sus propiedades.
La opinión de Autofácil…
Para mantener el combustible en buen estado, es recomendable evitar almacenar grandes cantidades durante largos periodos y, en su lugar, repostar en pequeñas cantidades de manera periódica. En el caso de vehículos que pasan largos periodos inactivos, como los coches clásicos o los híbridos enchufables, es fundamental asegurarse de que el combustible no envejezca en el depósito.
Esta práctica de repostar de manera periódica (aunque sean pequeñas cantidades) para renovar los estabilizadores de combustible que se hayan degradado, y asegurarse de que los vehículos se arranquen ocasionalmente para renovar el combustible en las líneas de inyección y evitar la acumulación de impurezas. Además, evitar apurar los depósitos puede reducir la posibilidad de que los sedimentos formados por la oxidación del combustible lleguen a los inyectores, preservando así el buen funcionamiento del motor.
Fuente: Aurofacil
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