Los períodos de escasez obligan con frecuencia al uso de los llamados sucedáneos, productos casi siempre inferiores en calidad a los ‘auténticos’, pero que en un momento determinado solucionan en parte la escasez de los mismos, y así tuvimos en Europa durante la II Guerra mundial y en la postguerra la aparición del llamado gasógeno que trataba de paliar en la medida de lo posible la falta de gasolina, al igual que ante la escasez de café se recurría a la achicoria, y así con muchos otros productos en numerosos ámbitos.
Todos sabemos que un motor de combustión interna funciona quemando con oxígeno un combustible- gasolina, gasóleo, metano, propano,… keroseno, alcoholes…- cuyo resultado final es la producción de CO2, H2O y energía. Se trata en definitiva de la oxidación de estos combustibles, y cuanto más larga sea la cadena del hidrocarburo y menor la presencia de oxígeno en composición de la misma, mayor será la energía liberada, pero ¿qué se puede hacer cuando estos hidrocarburos no están disponibles o racionados? Pues recurrir a otros como leña, cáscaras de almendra, y todo lo imaginable capaz de arder, quemándolos en una atmósfera pobre en oxígeno de manera que uno de los gases producidos sea el CO que, mediante la combinación con el aporte del oxígeno del aire en los cilindros del motor, se convierta en CO2. En definitiva pasamos el CO a CO2, con lo que se libera una poca energía -muy poca ciertamente- pero que puede servir para mover un vehículo aunque sea con pocas prestaciones, y ese sistema fue muy utilizado en España varios años tras la Guerra Civil.
La escasa potencia obtenida pasando el monóxido a dióxido de carbono limitaba la carga susceptible de ser transportada en un camión, o el número de pasajeros que podían ir en un autobús, pero mejor poco que nada, y además como había algo de gasolina racionada para cada vehículo, cabía el recurso de poner un grifo en el conducto de la misma al carburador, reservando esos preciosos litros para las subidas, mientras que en los llanos y bajadas se cerraba el citado grifo dando paso al monóxido de carbono y otros compuestos de la quema incompleta de lo que se echaba en la caldera del gasógeno, y además estaba el inconveniente de que cada vez que se usaba el vehículo era preciso tomarse un tiempo para iniciar la combustión en el gasógeno a fin de tener gas disponible. En definitiva, soluciones no idóneas, pero soluciones al fin y al cabo. ¡Otros tiempos!
Señalaremos que durante la I Guerra mundial en la que en España se racionó el petróleo desde 1916, hubo también combustibles alternativos más ‘nobles’, que fueron fundamentalmente alcoholes obtenidos con destilaciones diversas, y marcas tales como Automovilina, Rofe, Carburol y otras que daban un mejor rendimiento que el gasógeno, si bien su producción era muy limitada.
(Artículo de Pablo Gimeno, Comisión Técnica de Historia del Automóvil y de la Automoción de ASEPA)
Fuente: http://www.asepa.es/
Antonio Mozas
Director de ASEPA (Asociación Española de Profesionales de Automoción)
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