Más del 90 % de los llamados ‘créditos de carbono’ adquiridos por empresas como Shell, easyJet, Disney o firmas de lujo como Gucci para compensar por sus emisiones excesivas (y que supuestamente debían destinarse a salvar la selva tropical de su deforestación) en realidad serían “créditos fantasma” en un mercado con irregularidades.
Así lo asegura una investigación realizada por especialistas de The Guardian, el medio alemán Die Zeit y una organización de periodistas sin ánimo de lucro, SourceMaterial, que han puesto en su punto de mira al principal proveedor de bonos de carbono en el mercado libre, a quien acusan de dudosas prácticas con el fin de maximizar beneficios.
Los autores denuncian que lejos de contribuir a luchar contra el cambio climático, estas prácticas “podrían estar aumentando las emisiones contaminantes”. ¿‘Greenwashing’ global o el mercado de bonos de carbono funciona? Repasamos qué son, cómo se calculan y a qué proyectos se destinan estos créditos.
Qué son los bonos de carbono y cómo se utilizan: mercado libre vs regulado
Con el objetivo de luchar activamente contra el cambio climático, el Protocolo de Kioto de 1997 sentó las bases del mercado del Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL) y los bonos de carbono: uno de los tres mecanismos adoptados entonces por los países firmantes, que debía servir para reducir sus emisiones de los seis gases contaminantes causantes del efecto invernadero (GEI), de los que se consideraban responsables.
En esencia, este sistema pretende penalizar a las empresas más contaminantes y premiar a las menos. Para ello, existen el mercado regulado de créditos de carbono y el mercado libre. Ambos se complementan, pero se rigen por normas diferentes.
En ambos casos, partimos de la premisa de que ‘un bono equivale al derecho de emitir una tonelada de CO₂’, pues representa la captura o emisión evitada de una tonelada métrica (t) de dióxido de carbono equivalente (tCO2e).
– En el mercado regulado o mercado obligatorio del carbono (MOC) se posibilita que los gobiernos concedan a las empresas el derecho de emitir GEI hasta el límite que les corresponda, previamente establecido por países y sectores en la normativa.
Si las empresas emiten por encima del límite, tendrán que comprar más bonos para compensar sus emisiones. Si emiten menos, podrán vender bonos en los mercados regulados, que funcionan como una especie de mercados de valores y se rigen por la ley de oferta y demanda (por ejemplo el European Climate Exchange ECX en Europa).
– En paralelo al mercado regulado de los bonos de carbono se encuentran los mercados voluntarios de carbono (MVC). En este caso, la compra y venta de bonos de carbono se realiza entre empresas que deciden voluntariamente compensar sus emisiones de CO₂ equivalentes auditados y certificados por estándares internacionales.
No hay límites de compra/venta y las empresas que compran bonos de carbono voluntarios no siempre buscan disminuir su impacto ambiental. También pueden verse motivadas por cuestiones estratégicas y/o de reputación, por ejemplo.
– Cómo se determina la huella de carbono. Existen varias entidades que se encargan de medir y certificar las emisiones GEI que se generaran con la actividad de las empresas dependiendo de su alcance: desde el consumo eléctrico o la calefacción (nivel 1) hasta el uso del transporte que hacen sus empleados (nivel 3) y, por supuesto, las emisiones de CO₂, derivadas de los productos o servicios que ofrecen.
– Cuánto cuesta un crédito de carbono. El precio medio de un bono de carbono en el mercado voluntario es de 8 €/Ton. En cambio, en el mercado regulado, se mueve en torno a los 40 €/Ton. En la actualidad hay unos 30 mercados de bonos regulados en todo el mundo, y a partir de la Cumbre Climática COP26 de Glasgow, pueden interactuar entre ellos.
– Los estándares que miden las emisiones GEI. Según el estándar con el que se midan, los bonos de carbono ‘se pueden traducir’ por ejemplo en “Certificados de Emisiones Reducidas (CER)” en el mercado regulado (así, un bono CER equivaldría a una tonelada de CO₂ que se deja de emitir a la atmósfera, y puede ser vendido en el mercado de carbono).
En los mercados voluntarios, encontramos los bonos de “Reducción Voluntaria de Emisiones (VER)”, que suelen estar relacionados con proyectos en torno a la preservación forestal, reforestación o agricultura regenerativa de países subdesarrollados o en desarrollo.
Estos bonos VER se generan a través de proyectos validados por órganos internacionales independientes. El más conocido es el Verra, que a través de su estándar Verified Carbon Standard (VCS) es una referencia para el mercado.
Otras entidades reconocidas para la certificación de bonos de carbono en el mercado libre son Gold Standard, Climate Action Reserve, American Carbon Registry o CDM, entre otros.
¿Greenwashing o un sistema eficiente?: los datos que apuntan a la primera opción
Una vez repasados los conceptos más básicos en torno al mercado de carbono, y ver cómo de complejo es su funcionamiento, la investigación a tres bandas a cargo de periodistas y otros profesionales especializados en medio ambiente (también científicos, miembros de la industria, comunidades indígenas y un largo etcétera) cobra otra dimensión y pone sobre la mesa algunas lagunas del mercado voluntario de bonos de carbono.
En plena crisis energética global, es un mercado que se encuentra en crecimiento exponencial en el que las principales corporaciones del mundo mueven más de 2.000 millones de dólares.
Estas empresas, entre las que se encuentran Gucci, Salesforce, BHP, Shell, easyJet o Disney (además de presentadores de éxito en los EEUU o la banda de Pearl Jam, ya que los individuos también pueden comprar y vender en el mercado libre) han etiquetado sus productos como “neutros en carbono”, o han dicho a sus consumidores que pueden volar, comprar ropa nueva o comer ciertos alimentos sin agravar la crisis climática después de haber invertido en importantes proyectos para compensar sus emisiones GEI a través de Verra.
Pero según la investigación de The Guardian, Die Zeit y SourceMaterial, basándose en el análisis de un porcentaje significativo de los proyectos, más del 90 % de esos créditos de compensación supuestamente destinados a salvar la selva tropical -entre los más utilizados por las empresas- son probablemente “créditos fantasma”, que no representan auténticas reducciones de carbono.
Según los datos de los investigadores:
- Menos del 10 % de los proyectos de Verra en diferentes bosques tropicales mostraban pruebas de reducción de la deforestación, y un análisis más detallado concluyó que el 94 % de los créditos otorgados no tenían ningún beneficio para el clima.
- Según el análisis complementario de la Universidad de Cambridge de 2022, “la amenaza para los bosques se había exagerado en un 400 % de media” en los proyectos de Verra. Muchas veces, exageraban el precio de los bonos usando como indicadores bosques que nunca se pensaban talar o que ya se habían “compensado” en otros proyectos, por ejemplo (una práctica prohibida).
- Además, según la investigación “las cuestiones de derechos humanos son un serio motivo de preocupación en al menos uno de los proyectos de compensación”.
En cuanto a esto último, según The Guardian, su equipo de investigación visitó un proyecto emblemático en Perú (Alto Mayo) y encontraron serias irregularidades e incluso pruebas en vídeo de los residentes que afirmaban que “los guardas y las autoridades talaban sus casas con motosierras”. Sufrieron desalojos forzosos y tensiones con las autoridades del parque, cuando en teoría, debían estar protegidos. Y esto es solo la punta del iceberg.
Hemos de señalar que Verra, con sede en Washington DC (EEUU), gestiona una serie de normas medioambientales líderes para la acción climática y el desarrollo sostenible, además del estándar de carbono verificado (VCS), que ha emitido más de 1.000 millones de créditos de carbono. En total, aprueba tres cuartas partes de todas las compensaciones voluntarias y su programa de protección de la selva tropical representa el 40 %.
La respuesta de Verra no se ha hecho esperar, que ha rebatido rotundamente las conclusiones de la investigación y entre otras cosas declara “sentirse decepcionada” por las afirmaciones que vierte el estudio en su contra.
Entre otras cosas, el organismo afirma que para llegar a la conclusión de que Verra está emitiendo sistemáticamente créditos de carbono en exceso a la hora de calificar sus proyectos REDD+ (reducción de emisiones por deforestación y degradación forestal), “la investigación se ha basado en estudios que utilizan un enfoque de control sintético y métodos similares que no tienen en cuenta los factores específicos del proyecto que causan la deforestación.”
Como resultado, según Verra, estos estudios calculan erróneamente el impacto de los proyectos. Además, el proveedor añade que “ya trabajó en estrecha colaboración con ambas publicaciones en el período previo a la publicación del estudio” para defender sus métodos.
Incluso la comunidad científica se encuentra dividida en cuanto a si se deben o no seguir compensando las emisiones de carbono como hasta ahora, o es momento de intervenir el mercado libre para determinar métodos y mediciones más precisas y/o controles, como a los que está sometido el mercado obligado.
La compensación de emisiones puede ser una valiosa herramienta, pero solo si las empresas ya están reduciendo sus emisiones de carbono previamente. Pueden comprar compensaciones como un esfuerzo adicional, más allá de esas reducciones, pero las compensaciones no pueden usarse como sustituto de esos estrictos requisitos de reducción de emisiones.
Aunque las empresas no deben utilizar las compensaciones de carbono como sustituto de una política real y efectiva de reducción real de emisiones, las compensaciones (correctamente gestionadas) pueden ayudar a alcanzar los objetivos del Acuerdo de París y, por tanto, pueden ser una sabia inversión por el bien del planeta.
Según Johan Rockström, director del Instituto de Potsdam para la Investigación del Impacto Climático y científico jefe de Conservación Internacional, “la compensación de carbono es importante, pero sólo puede ser complementaria: tenemos que dejar los combustibles fósiles atrás”.
Para que la temperatura global no siga subiendo, “se ha de garantizar que los bosques permanezcan vivos y los océanos protegidos, cultivando nuevos bosques y cambiando nuestras prácticas agrícolas para que los suelos almacenen carbono en lugar de liberarlo, podremos mantenernos dentro del límite de 1,5º C” de aquí a 2050.
Escrito por:
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