Históricamente, desde fuera se ha tenido a los camioneros por trabajadores relativamente obligados a desarrollar el oficio por necesidad en una profesión sacrificada, dura y muy exigente tanto física como mentalmente. Esto no es siempre así, porque dentro del mundo del camión son muchos los camioneros vocacionales, verdaderos apasionados de la carretera.
Desde la cabina de un camión las cosas se ven de otra manera. Más allá de ser una cuestión física y capacitiva como lo que ya te contamos y por lo que todo el mundo debería conducir un camión al menos una vez en su vida, los camioneros entienden su trabajo como una forma de vivir completamente alejada de los convencionalismos.
Los camioneros de verdad que están orgullosos de su trabajo
Eusebio Díaz es un camionero de pro. Heredó la pasión por el transporte de su padre y ahora, al borde de la jubilación a sus 65 años se resiste a dejar el volante. “Yo me crié entre camiones y maquinaria, por lo que para mí más que un oficio el transporte se convirtió en una forma de vida”, nos relata con orgullo.
“Empecé a trabajar antes de tener edad de sacarme el carnet. Eran otros tiempos y yo lo veía más como un juego que luego se convirtió en una manera de ayudar a la familia”, narra. “Es lo que mamé desde pequeño; no sabría trabajar en otra cosa“.
Los camioneros más veteranos coinciden en apuntar a una mejora de las condiciones como la tónica general. Antes los camiones eran más complicados de manejar, las direcciones eran durísimas, los vehículos incómodos y las carreteras peores de lo que son actualmente. Las cargas también se llevaban de cualquier manera, por lo que la seguridad quedaba en un segundo plano.
A Díaz le parece que los camiones de ahora se conducen más fácil que un coche. La tecnología hace que las jornadas al volante sean mucho más llevaderas y convierten al trabajo anteriormente penoso en una experiencia muy disfrutable. “¡Ya hubiera querido yo estos camiones cuando empecé!”, exclama.
Y es que los camioneros, aunque empiecen a trabajar detrás del volante por necesidad (si es que no lo llevan tatuado en el ADN como Díaz), acaban por comprender rápidamente que su futuro puede ser muy diferente al del resto de la sociedad y les sería muy complicado tener un puesto de trabajo físico fijo, en un mismo lugar día tras día.
Este es el caso de José Pacheco. Toledano de origen e incorporado al mercado laboral en plena burbuja inmobiliaria, se quedó sin trabajo en la construcción con el frenazo de las obras. “En las obras siempre tratamos con los proveedores, venían en sus camiones y siempre me gustaba echarles un ojo y curiosear. Cuando me quedé sin empleo sabía que también había caído el trabajo en el transporte pero le vi más salida, así que me saqué el carnet”, detalla.
Tras varios intentos consiguió sacarse el carnet C+E y no encontró trabajo durante los primeros meses. “Fue más complicado de lo que pensaba. Me dejé más de 3.000 euros entre el carnet y el CAP [título de capacitación profesional] y luego no me salía trabajo. Pensé que me había equivocado pero al final empezaron a salirme algunos trabajos aquí y allá”, nos comenta ahora desde una posición relativamente cómoda realizando transporte nacional.
La situación de Pacheco es, quizá, de las más amables del sector. Ha conseguido buscar una alternativa laboral que le encanta después de haberse formado. Sin haber cumplido los 40 años tiene un contrato con un salario razonable y normalmente duerme en su casa porque “como mucho me toca hacer tres noches por semana fuera de casa y me las tomo como irme de camping. Me traigo comida en la nevera o cocino algo sencillito, veo alguna serie, leo un libro y a dormir”.
Para Pacheco lo mejor de su trabajo es el descubrir que “la carretera puede ser un medio de vida. Conducir un camión es complicado pero muy gratificante. Ves muchos paisajes, conoces gente y cada día es distinto”. Además le saca el gusto a los pequeños placeres como “cuando voy a un destino en la costa, aunque no tenga tiempo, siempre procuro aunque sea descalzarme y pisar la arena de cualquier playa. ¡Es un gustazo!“.
En cambio la cruz de la moneda la representan aquellos camioneros embarcados en el transporte internacional. Diego León es uno de esos camioneros de largo recorrido que en muchas ocasiones saben cuándo salen de casa pero no saben cuándo van a volver. Pasó de hacer transporte regional a nacional, y después acabó haciendo internacional.
“He llegado a estar casi 30 días de ruta encadenando servicios sin pisar mi casa“, cuenta con una mueca de orgullo. Al principio hacía transporte nacional pero su empresa, para mantener la viabilidad, abrió fronteras. “Tengo familia y antes mi mujer me acompañaba cuando podía, ahora ya nos vemos mucho menos sobre todo desde que somos padres”. A ellos la conciliación familiar se les ha puesto complicada.
León nos insiste en que además de no ver a su familia lo más duro es la soledad porque “se pasan muchas horas en solitario. Cuando sabemos cuál es el itinerario solemos ir dos conductores en la cabina y ni tan mal, pero no siempre es así”. Las nuevas tecnologías y las videollamadas acercan a Diego con su familia, pero no lo suficiente. Aun así se lo toma con humor porque “me he ahorrado cambiar un montón de pañales“.
Aunque el amor por los suyos es una constante, León tiene en su camión la vía de escape perfecta ya que se declara “una persona muy independiente. Necesito mi espacio y es justo el que tiene la cabina de mi camión. Si estuviera siempre en el mismo sitio y rodeado de gente no sé si sabría soportarlo”.
En el transporte hay infinitos perfiles sociales. Los camioneros son tan extrovertidos como tengan el día y les encanta juntarse con otros compañeros desconocidos cualquier noche en un aparcamiento y cenar juntos al lado de sus camiones. “El día que me apetece me quedo en la cabina, y si no bajo a charlar con cualquiera, no me importa de dónde sea”, algo que ha ayudado a León a chapurrear inglés de aparcamiento, como él lo llama.
Antes de continuar con su ruta hacia Italia, Diego nos confiesa, siempre con una sonrisa, que “los camioneros somos como los taxistas, siempre nos estamos quejando, pero en el fondo nos gusta lo que hacemos. A mí por lo menos me encanta mi trabajo. No cambiaría por nada mi oficina con ruedas”.
El extremo opuesto de León lo encarna Luis Ontiveros, un camionero que actualmente trabaja con una cabeza tractora de obra realizando vaciados de construcción. “Me encanta mi trabajo. Conducir una bañera es un trabajo tranquilo, sólo hay que ir del punto A al B, pero no es monótono porque cada día estamos en un sitio”, nos asegura.
Ontiveros es uno de esos amantes del volante con el que a medida que vamos hablando nos damos cuenta de lo profunda que es su devoción por los camiones. Luis, de 50 años, se sacó el carnet de camión en el servicio militar obligatorio (la mili) y comenzó a trabajar con camiones desde joven, realizando transportes nacionales e internacionales, pero es una persona de mente inquieta.
En su tiempo libre empezó a interesarse por la informática y en el año 2000 se matriculó en Ingeniería Informática, se licenció y trabajó durante tres años en el sector de la seguridad informática. “Me metí en informática por cabezonería. Pensé que iba a ser una oportunidad laboral y me encontré un mundo que no me llenaba”, cuenta. “No era un trabajo físico, pero llegaba el viernes y estaba destruido. Psicológicamente me dejaba hecho polvo”.
Después de madurarlo durante algún tiempo, Ontiveros dejó la informática sin otra alternativa laboral, aunque con la idea fija en volver a los camiones. Lo hizo en 2009, justo en plena crisis, pero asegura que “no me costó encontrar trabajo en el transporte. Empecé a echar currículum y me cogieron pronto; volví a ser feliz en el trabajo“.
Tal y como él mismo dice, “es un trabajo sucio pero siempre estás al aire libre, con gente, trabajo de 8:00 a 18:00 con dos horas de descanso y deja mucho espacio mental para pensar en mis cosas“. Ahora, este camionero reencontrado dedica las esperas entre cargas y su tiempo libre a estudiar Historia antigua.
Fuente: https://www.motorpasion.com/