El término “milla” fue inventado por los romanos como una de las primeras maneras de medir distancias y equivalía a mil pasos. En el centro de Roma existía un hito que marcaba la “milla cero” y desde ahí se contaba hacia todos lados, con monumentos con marcas numéricas en los principales caminos, permitiendo saber fácilmente a cuántos “pasos” se estaba del centro de la capital, considerándose como una de las primeras mediciones “logísticas”, para un imperio donde el comercio era parte fundamental de su diario vivir.
Pero no fue hasta el auge de las telecomunicaciones cuando los proveedores de telefonía y TV-Cable se vieron enfrentados a los altos costos y complejidades de conectar a los hogares individuales. Antes de ese tramo, toda la gran red era financiada por todos los suscriptores y cada inversión en componentes suponía una mejora general, generándose además importantes economías de escala pero, en el último tramo, cuando tenía que conectar un único cable desde la red central a un sólo hogar, todos los costos dejaban de beneficiar a todos e implicaba tener que invertir en un solo destinatario que no necesariamente sería rentable a futuro. A ese “problema” final, a ese último pedazo de cable, se lo llamó “la conexión de última milla”.
Posteriormente, con el auge del e-comerce y de la logística asociada al mismo, se produce un problema similar, donde el esfuerzo y recursos de distribución (almacenamiento, clasificación, transporte troncal, etc.) que hasta antes del último tramo había sido costeado por todos, debía enforcarse en un único usuario con una entrega personalizada, específica y con características quizás diferentes a las otras entregas de ese día o de ese vehículo, por lo que la industria se apropió del concepto “última milla” y lo recicló para sí.
En los tiempos actuales, esta etapa del proceso se ha visto exigida y estresada como nunca en la historia, con aumentos de demanda del servicio del 500% o más en algunos rubros; y es por lo mismo que el aumentar las precauciones es fundamental. Si antes un mensajero hacía 2 ó 3 entregas por jornada, ahora hace el doble o el triple. Lo mismo con la cantidad de bultos que viajan en un camión, las detenciones, la cantidad de manipulaciones, etc. Cada punto de contacto adicional es un potencial punto de contagio de Coronavirus.
Es por todo esto que los protocolos de entrega -como uso de mascarillas, dejar los productos en el suelo, no acercarse más de lo necesario a los repartidores, evitar el pago en efectivo e intercambio de billetes, no solicitar firma física, desinfectar el envoltorio exterior y los productos de adentro, entre otros- deben cumplirse siempre. De nada sirve todo lo que se hizo antes de esa etapa si nos descuidamos al final. Como dice el refrán popular: “En la puerta del horno quema el pan”.
De cada uno de nosotros depende que ésta sea conocida como “La pandemia de última milla”, la del auge del e-comerce, la de la evolución acelerada de la logística, un punto de inflexión en el desarrollo de la distribución en donde, a pesar de todo, algo ganamos, aprendimos y no como “La última milla de la pandemia”, en donde, por no tomar las precauciones, los que estaban sanos y aislados se terminaron de contagiar, los mensajeros se transformaron en distribuidores del virus y donde #quedateencasa no sirvió de nada porque hicimos las cosas mal, descuidándonos en el último minuto, contagiando a los que quisimos proteger.
Rodrigo Serrano, vicepresidente corporativo de Innovación y Desarrollo en Wisetrack Corp
Fuente: https://www.revistalogistec.com
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