¿Los coches eléctricos son «mejores» o no? Es una pregunta que anima los debates en las redes sociales, los artículos o las cenas con amigos. Ahora que el viento y la energía solar están despegando, hay menos discusión sobre si la electricidad puede ser limpia. Por lo tanto, la atención se ha desplazado hacia las baterías y un sinnúmero de artículos que debaten y cuestionan las credenciales de las baterías en materia medioambiental y de derechos humanos, entre otras.
La única palabra que siempre vuelve a aparecer es cobalto. No hay nada malo en ello. Debemos ser críticos (y nosotros lo somos) pero tampoco debemos olvidarnos de lo más evidente cuando se trata del medioambiente y los derechos humanos: el petróleo que las baterías buscan reemplazar.
El cobalto se extrae en Australia, Rusia y Canadá, pero la mayor parte proviene de la República Democrática del Congo. Las condiciones de vida a las que se enfrentan millones de congoleños son una abominación. También es cierto que las condiciones de trabajo en el sector de la minería (tanto industrial como artesanal) son malas y, a veces, francamente peligrosas, a menudo incluyendo la participación de niños.
Lamentablemente, los problemas del Congo son de largo recorrido. El desastroso legado del colonialismo de mi Bélgica natal, el largo y corrupto reinado de Mobutu, seguido de una guerra espantosa y los años de Kabila, han convertido al Congo, un país rico en recursos naturales, en el país más pobre del mundo. Que la revolución digital no trajera consigo los cambios necesarios en el país resulta una gran oportunidad perdida (más de la mitad del cobalto que se extrae hoy en día se utiliza en nuestros ordenadores portátiles, tablets, smartphones y otros aparatos electrónicos portátiles). De forma que la gestión que hará el nuevo presidente del Congo y su recién creado gobierno de los vastos recursos del Congo será clave para el futuro del país. Sin embargo, si la RDC hace esto bien, los ingresos de la minería podrían ayudar al desarrollo que el país necesita tan desesperadamente.
Por todo esto, los coches eléctricos (y, antes que eso, los smartphones) son una gran manera de enfocar las mentes de los lectores en los problemas que asolan lugares como Katanga, donde se extrae la mayor parte del cobalto del país. Por el contrario, el boicot a los coches eléctricos y el cobalto hará muy poco para mejorar la vida de los congoleños. Nuestra atención debe centrarse en utilizar el auge de los coches eléctricos como palanca para presionar a las empresas, los consumidores y los gobiernos para que mejoren las cosas. Esto es lo que T&E y otras organizaciones como Amnistía Internacional están intentando lograr.
Sin embargo, mientras debatimos sobre el cobalto y el Congo, debemos tener cuidado de no pasar por alto el panorama general en lo que respecta a la energía y los derechos humanos: el petróleo. Europa obtiene su petróleo principalmente de Rusia, Arabia Saudí, Libia, Noruega, Irak, Nigeria, Angola y Argelia. Con la excepción de Noruega, se trata en su mayoría de regímenes autoritarios con antecedentes muy problemáticos en materia de derechos humanos y medioambiente. Por ejemplo, con sus ingresos petroleros, Rusia oprime a su gente, apoya a extremistas de la derecha como Matteo Salvini (supuestamente en su caso) y Marine Le Pen y financia un ejército de troles en Internet. Los petrodólares también financian guerras reales como las de Ucrania y Siria. Arabia Saudí, el «petroestado» por excelencia, no es solo un notorio opresor de las mujeres y un asesino de periodistas, sino también el principal comprador de armas del mundo. Los petrodólares también han alimentado el auge del islamismo fundamentalista y con ello los horribles ataques terroristas que todos recordamos tan bien.
Más allá de Putin, la familia Saúd y otros dictadores, el dinero del petróleo también llena los bolsillos de empresas como ExxonMobil, Total, Eni, Repsol y Rosneft. Estas compañías maquillan frecuentemente los registros medioambientales y de derechos humanos. Piensa, por ejemplo, en grandes derrames de petróleo, el auge del petróleo no convencional, como las arenas bituminosas, o la perforación en lugares como el bosque húmedo tropical protegido del Congo o el ártico. ¡Y esto es sólo un ejemplo del precio de nuestra adicción al petróleo!
10 kg frente a 10.000 litros
Pero entonces la gente pregunta: ¿no cambiaremos una adicción al petróleo por la dependencia del cobalto? ¿No es eso igual de malo?
No. La gran diferencia entre el petróleo y el cobalto (y el litio y otros materiales de las baterías) es que con los coches eléctricos no se quema el cobalto. Con una pequeña cantidad de cobalto (alrededor de 10 kg para una batería NMC622 de 50kWh) puedes recargar tu coche un periodo de 10 años o más. Pero tu batería no se agota después de 10 años. Puede utilizarse para otras aplicaciones o puede reciclarse para que podamos reutilizar el mismo cobalto para nuevas baterías. El petróleo, por otro lado, se quema cada vez que encendemos el motor. Así, después de 10 años de conducción, habrás quemado unos 10.000 litros de petróleo (según el modelo de T&E, disponible bajo pedido), enviando miles de euros a los «petroestados» y a las compañías petroleras, contaminando tu vecindario y exacerbando el cambio climático.
Esto no significa que no debamos exigir a Volkswagen, a los fabricantes de baterías o a los gobiernos que rindan cuentas y promulguen leyes para mejorar las condiciones de quienes trabajan en la cadena de suministro de las baterías. Los problemas en el Congo y en el sector minero son reales y trabajaremos con nuestros socios para mejorar las cosas. Pero también seamos claros: si te preocupan los derechos humanos, la libertad política o el medioambiente, puedes deshacerte de tu coche de gasolina y cambiarte a un vehículo eléctrico, o incluso mejor, a una bicicleta eléctrica o a un autobús a batería o a otro servicio de transporte compartido.
Fuente: https://www.hibridosyelectricos.com
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