Hacia un mundo de ‘hipermovilidad’
Movilidad, según la RAE, es la capacidad de moverse por sí o “por ajeno impulso”. Y sobre este concepto se han construido las civilizaciones pasadas y presentes, y seguro que lo harán las futuras.
Puede cambiar el medio ‘ajeno’ que multiplica nuestra capacidad natural de movimiento, pero el motivo es y será siempre el mismo: mejorar el bienestar mediante la creación de riqueza y la ampliación del conocimiento y de las relaciones sociales. Desde las migraciones prehistóricas a la creación de imperios, desde los grandes descubrimientos territoriales a los viajes espaciales, la capacidad de mover personas y cosas ha sido el vector clave de desarrollo social y la base de las grandes hibridaciones culturales que la humanidad ha llevado a cabo. Y muy recientemente, la movilidad ha conquistado un estadio superior, como la propia sociedad humana: el mundo digital, con la información transportada en estado puro, sin repositorios físicos.
Y además de su digitalización, la movilidad actual está cruzando una nueva frontera histórica. Ya no son las personas quienes protagonizan exclusivamente la movilidad, bien sea de ellos mismos o de aquellos bienes que transportan. Las propias mercancías empiezan a ser capaces de moverse autónomamente, sin ese ‘ajeno impulso’ que menciona la RAE. El vehículo autónomo es el caso más paradigmático de esta gran ampliación del concepto de movilidad pero no es el único. El movimiento de información ya no requiere necesariamente personas a los mandos. Las máquinas -las ‘cosas’- se hacen cargo de la transmisión de datos eligiendo el momento, el contenido y el interlocutor. El Internet de las Cosas (IoT en el acrónimo inglés) no es otra cosa que esa compartición de conocimiento -sobre sí mismo o sobre otros- que se establece en una red de objetos relacionados. Y que, en última instancia, permite la autonomía de dispositivos complejos, que pueden llevar aparejada también la capacidad de movimiento, es decir, la movilidad de las cosas.
El siglo XX ha sido justamente denominado el siglo del automóvil, y su aportación social y económica ha sido mayor que cualquier otro avance tecnológico anterior, no sólo por su beneficio directo en la movilidad de personas y mercancías, sino, sobre todo, por la gigantesca capacidad de movimiento personal, y por tanto de libertad de elección, que ha posibilitado. Y la fusión actual de este concepto de movilidad individual con el mundo hiperconectado del siglo XXI está generando nuevos desarrollos tecnológicos que cambiarán también significativamente –ya lo están haciendo- la forma de vivir de las próximas generaciones. La acumulación de información o ‘big data’ en repositorios no conectados físicamente (la ‘nube’) y su manejo por sistemas de inteligencia artificial pueden combinarse con capacidades de movimiento
cada vez más amplias, proporcionando desde fábricas completamente automatizadas a sistemas autónomos de movilidad urbana e interurbana multimodal, en la que el menú de opciones vaya desde la micromovilidad al transporte público masivo, sin olvidar la correspondiente conducción logística de bienes intermedios y finales.
Esta nueva hipermovilidad va a exigir sin embargo la superación de numerosos y difíciles retos. Desde los más técnicos, como los de desarrollar cauces de comunicación, 5G o superiores, de mínimas latencias y altas velocidades, definir estándares universales o crear grandes infraestructuras de soporte, a los más intangibles pero básicos de asegurar la privacidad, la libertad de elección personal y la adecuada gestión ética de los dilemas a insertar en los algoritmos que nutrirán los procesos de decisión automatizados. Y más que cualquier otro, el sector del automóvil está ya en ese escenario. Además de la gran aportación de movilidad realizada el siglo pasado, el sector está avanzando rápidamente en los nuevos conceptos de hipermovilidad, no sólo en su producto -cada vez más ‘smartcar’,conectado y protoautónomo- sino también en sus procesos productivos.
La industria de automoción, global desde hace muchas décadas, e inventora de la producción en serie, la ‘lean production’ y la fabricación aditiva, entre otros muchos avances de eficiencia productiva, y que lidera la robotización -un robot por cada diez operarios en España, por ejemplo- debe ser, con el apoyo imprescindible de otros sectores tecnológicos y de servicios, la gran industria 4.0 -o X.0 si se prefiere- en la que se aproveche al máximo el IoT en la producción, la distribución y el mantenimiento y en la que se haga más visible el concepto de movilidad de las cosas para servir en definitiva, una vez más, a la movilidad de las personas y a su bienestar social y económico.
Y las fábricas españolas, que han conseguido un asombroso segundo puesto a nivel europeo y noveno mundial en número de vehículos producidos, deben jugar, con el apoyo del conjunto de la sociedad española, un papel importante en esta evolución.
(Artículo de Miguel Aguilar Esteban, miembro de la Junta Directiva de ASEPA para el Anuario ICA 2020)
Fuente: http://www.asepa.es/
Antonio Mozas
Director de ASEPA (Asociación Española de Profesionales de Automoción)