En esta ocasión, y a raíz de una conversación con un amigo que acaba de cerrar un taller, voy a ofrecer una visión un poco diferente de los talleres.
Los buenos amigos son para siempre. A mi amigo Juan Carlos le conocí cuando ambos teníamos 10 años en 5º de EGB. Éramos compañeros de clase. Junto con otros amigos, fuimos creciendo y, aunque al final las vidas terminan haciendo que cada uno acabe por su lado y que no nos veamos tanto como quisiéramos, la amistad siempre perdura.
Ayer falleció su padre. Y pasa lo que pasa cuando llegas a cierta edad: es más fácil ver a todos tus amigos de la juventud en tanatorios que en una buena cena. La cuestión es que en el velatorio coincidí con otro amigo al que hacía tiempo que no veía. Le llamaré Raúl, porque no quiere que su nombre aparezca en lo que voy a contar ahora.
Raúl estudió en su día Derecho, pero su pasión fueron siempre los coches. Su padre tenía un taller de chapa y pintura y, cuando él se jubiló, Raúl pasó a dirigirlo, dejando de lado la profesión de abogado para la que había estudiado.
Ayer, preguntándole por el taller, me dijo que lo había cerrado, y con una mezcla de pena y rabia, pasó a contarme los principales motivos. Como me dedico al mundo del motor y tengo muchos amigos en este mundillo, muchas de las cosas que me ha contado coinciden con las que me llegan por otros lados, y eso es lo que me ha hecho pensar que algo no funciona y que va a arrinconar cada vez más a los talleres, además de otros gremios de oficios como los fontaneros, los electricistas…
“Se juntaron varias cosas”, empezó a contarme Raúl. “Por un lado, la falta de tiempo. Me levantaba todos los días a las 6 de la mañana y no volvía a casa hasta las 10 o las 11 de la noche. Y eso, en determinados momentos de tu vida, empieza a no compensar. Mi trabajo era mi pasión, sí, pero el trabajo hay que hacerlo bien. Si no lo haces bien, es mejor dejarlo”.
Sin recambios… para los que se jubilan
Los problemas empezaron a llegar cuando se jubilaron algunos de sus trabajadores de siempre. “El problema no es que se jubilen, que ya se lo tenían más que merecido, el problema es que no hay recambio para esos trabajadores. Quizá yo haya tenido mala suerte, pero no he encontrado gente que valiese para sacar adelante el trabajo como es debido. Llegaba gente con experiencia, pero muy quemados y dispuestos a trabajar sólo por sueldos que yo no podía pagar. Y, cuando intentabas formar a alguien, te encontrabas con dos problemas: gente con una actitud muy pasiva, o gente que estaba contigo, aprendía algo y, en cuanto podían, se marchaban a talleres oficiales donde supuestamente les ofrecían mejores condiciones o incluso alguno se ha montado por su cuenta. Es algo que me parece lícito, pero a nosotros nos generaba un problema. Y eso por no hablar de los trabajadores que no superaban ni el periodo de prueba…”.
Llegados a este punto, Raúl empezó a hablarme de otros problemas. “Hay gente que me dice que es que les pagaba poco o que les explotaba echando horas, y no es verdad. Tú me conoces y sabes el nivel de vida que tengo, y desde luego que no soy precisamente millonario pese a ser el jefe. Un taller da para lo que da, por eso los sueldos son los que son: decentes y razonables, pero no espectaculares. Les pagaba incluso más de lo estipulado, pero ya no podía llegar más. Tenía un taller y yo era el dueño, sí, pero había que pagar muchas nóminas y muchas facturas, y eso por no hablar de todos los problemas que la gente no ve”.
Y es que, a la falta de trabajadores cualificados, se sumaban otros detalles de importancia. “En los talleres de chapa, lógicamente, se trabaja mucho con los seguros. Y es un mundo complicado, porque los seguros siempre tratan de escatimar tanto como es posible. Por poner un ejemplo, muchas veces se reparan cosas que se deberían cambiar, pero que no nos permiten. Total, que tú echas más horas, que muchas veces se pagan mal, y luego encima te comes la bronca del cliente, cuando lo que él debe hacer es reclamar a la aseguradora”, me explicaba con cara de desesperación.
“Al final, te conviertes en el malo de la película para todos: tus trabajadores porque no entienden por qué hay que reparar una cosa cuando se debería cambiar, el seguro porque les pones pegas y siempre andas ‘negociando’, y el cliente porque lógicamente quiere que su coche esté perfecto, como es lógico, y si no lo está por el motivo que sea, tú eres un chapuzas…”.
Llegó un momento en el que la presión en el taller empezó a afectarle a su vida personal. “Y, además, entre gastos e impuestos, acababa teniendo una vida normal, así que aproveché mis estudios para colocarme precisamente en una aseguradora. Tenía a un buen amigo trabajando allí y me dijo que me lo pensara. No tardé mucho… Coloqué a mis trabajadores en otros talleres de conocidos, cerré el taller, pagué un montón de dinero porque eso es lo que pasa cuando cierras un negocio que da beneficios y, desde unos meses, trabajo en el departamento jurídico de una aseguradora”.
Raúl ahora tiene su taller cerrado y le da pena, “pero he ganado en salud y en calidad de vida. Trabajo de 8 a 15 horas de lunes a viernes, puedo teletrabajar y, sobre todo, cuando salgo de la oficina, dejo allí todos mis problemas, no se vienen conmigo a casa. Y sí, gano menos dinero, pero tengo para vivir tranquilamente y estoy volviendo a disfrutar de la vida con mi familia”.
¿Volverás a abrir el taller…?
A la pregunta de si piensa volver a abrir el taller, la respuesta es clara: “Tal y como están las cosas, es absurdo. Sigo teniendo el local cerrado por si decido volver, pero es muy difícil. Lo que más duele es que tú te dejas la piel por tus clientes, y luego llegan algunos “expertos” por redes sociales y no dejan de decir que todos los demás somos unos chapuzas… y ese mensaje ha calado entre la gente. Si antes ya venían con ciertas sospechas, ahora hay veces que entran por la puerta y ya te están diciendo que no les times… Es alucinante”.
Para Raúl, el problema va mucho más allá de su taller. “Ahora que estoy del otro lado, veo que mis problemas son los mismos que tienen muchísimos talleres de chapa y pintura de barrio, de los de toda la vida, como el mío. Y en los oficiales no te creas que las cosas van muchísimo mejor. Es un oficio muy bonito, pero muy duro y muy sacrificado. Y cuando encima las cuentas no acaban de salir y no haces más que llevarte palos, pues es difícil continuar. Trabajo hay todo el que quieras y más; el problema es que cada vez es más complicado sacarlo adelante porque no hay gente, los costes son muy elevados y hay que sacrificar mucho para ganar poco”.
Conozco a Raúl desde pequeño y sé muy bien cómo trabajaban en su taller, donde siempre han sido honrados y profesionales. Pero es cierto que hay un grave problema, y está sobre todo en la formación y en la educación. Los alumnos salen con unos conocimientos muy básicos para un sector, el del automóvil, que está en constante evolución y en el que hay grandes diferencias entre unas marcas y otras, sobre todo en la parte mecánica. Son muchos los talleres que se quejan de esto. Lo mismo es verdad eso de que la Formación Profesional necesita cambios profundos…
Fuente: Aurofacil
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