Neil Postman (1931 – 2003) fue un sociólogo y crítico cultural estadounidense. Fue discípulo de Marshall McLuhan, director del Departamento de Cultura y Comunicación de la Universidad de Nueva York, y profesor de Ecología de los medios.
Conferencia dictada ante un auditorio de teólogos y líderes religiosos en el entorno del Congreso Internacional sobre Nuevas Tecnologías y persona humana: comunicando la fe en el Nuevo Milenio (New Tech ’98).
«Aun a riesgo de parecer algo condescendiente, quiero lanzarles un mensaje de tranquilidad: dudo que el siglo XXI nos depare problemas de una naturaleza más sensacional, desorientadora o compleja que los que tuvimos que afrontar a lo largo del siglo XX, o durante el XIX, el XVIII, el XVII, o en el mismo sentido, muchos de los siglos anteriores a estos. Para aquellos que estáis excesivamente inquietos sobre el nuevo milenio, puedo daros, desde el principio, algunos consejos sobre cómo afrontarlo. Estos consejos vienen de gente en la que podemos confiar, y cuya capacidad intelectual excede a la del Presidente Bush, el candidato Kerry o incluso Bill Gates. Esto es lo que Henry David Thoreau nos dejó dicho: “Todos los inventos no son sino medios perfeccionados de alcanzar un fin imperfecto”.
Esto es lo que nos dejó dicho Goethe: “Uno debería, cada día, intentar escuchar una pequeña canción, leer un buen poema, ver un bonito cuadro, y, a ser posible, expresar algunas palabras razonables”. Sócrates nos dejó dicho: “Una vida no escudriñada no vale la pena vivirla”. Rabbi Hillel nos dejó dicho: “Lo que no quieres para ti, no lo hagas con otro”. Y esto es lo que nos dejo dicho el profeta Miqueas: “Lo que Dios quiere que hagas es que actúes rectamente, que seas misericordioso y que camines humildemente con Dios”.
Y podría añadir lo que Jesús, Mahoma, Isaías, Spinoza y Shakespeare nos dejaron dicho. Siempre es lo mismo: no hay escape de nosotros mismos. El dilema humano continúa siendo el que era, y es un engaño creernos que los cambios tecnológicos de nuestra era van a dejar inservible la sabiduría milenaria y a los sabios. Sin embargo, habiendo dicho esto, soy consciente de que vivimos en una era tecnológica y que afrontamos una serie de problemas de los que Jesús, Hillel, Sócrates y Miqueas no hablaron ni pudieron hablar.
No tengo la sabiduría suficiente para decir lo que deberíamos hacer frente a estos problemas, por lo que mi contribución se va a reducir a advertir sobre lo que debemos saber a la hora de afrontar los problemas.
Voy a llamar a este discurso “Las 5 advertencias del cambio tecnológico”. Baso estas ideas en mis treinta años de estudio de la historia del cambio tecnológico sin que llegue a pensar que son ideas de corte académico o esotérico. Son esta clase de cosas que todo el mundo que esté preocupado con la estabilidad cultural y el equilibrio debería saber y yo os las ofrezco con la esperanza de que las encontréis útiles a la hora de pensar sobre los efectos de la tecnología sobre nuestro espíritu.
Primera advertencia
La primera advertencia es que todo cambio tecnológico implica un compromiso. Me gusta denominarlo un trato faustiano. La tecnología da y la tecnología quita. Esto significa que para cualquier ventaja que la tecnología ofrece, siempre existe su correspondiente desventaja. Las desventajas pueden llegar a superar en importancia a las ventajas, o las ventajas pueden perfectamente valer la pena sobre su contrario. Aunque parece una idea bastante obvia, es sorprendente cuanta gente cree que las nuevas tecnologías son como una bendición del cielo. Pensad solo en el entusiasmo con que la mayor parte de la gente abraza su conocimiento sobre ordenadores. Preguntad a cualquiera que sepa algo sobre ordenadores para que hablen sobre ellos, y veréis como de forma descarada e implacable, nos van a alabar las maravillas de los ordenadores. También vais a ver como en la mayor parte de los casos van a obviar una sola mención de las desventajas de los ordenadores. Esto es un peligroso desequilibrio, ya que cuanto mayores son los prodigios de una tecnología dada, también son mayores sus consecuencias negativas.Pensad en el automóvil, que después de sus muchas ventajas, ha contaminado el aire, atascado nuestras ciudades y degradado la belleza de nuestros parajes naturales. O podríamos pensar en la paradoja de la tecnología médica que nos proporciona prodigiosas curas pero que, al mismo tiempo, es causa demostrada de ciertas enfermedades e incapacidades, y que ha jugado un rol protagonista en la reducción de la capacidad de diagnóstico de los propios médicos. También podemos recordar que después de todos los beneficios sociales e intelectuales que nos ha brindado la imprenta, sus costes fueron igualmente monumentales. La imprenta dotó a Occidente de prosa, pero hizo de la poesía una forma elitista y exótica de comunicación. Nos dio la ciencia inductiva, pero redujo la sensibilidad religiosa a una especie de superstición fantástica. La imprenta nos dio el concepto moderno de nación, pero al hacerlo convirtió al patriotismo en una forma sórdida, sino letal, de emoción. Podríamos decir que la impresión de la Biblia en lenguas vernáculas introdujo la sensación de que Dios era un inglés o un alemán o un francés, es decir, redujo a Dios a las dimensiones de un poderoso señor del lugar.Quizás la mejor manera de expresarlo sería diciendo que la pregunta, “¿qué va a hacer esta nueva tecnología?” no es más importante que la pregunta, “¿qué va a deshacer esta nueva tecnología?”. De hecho, esta última cuestión es más importante, precisamente porque apenas es formulada. Diríamos que una visión más sofisticada del cambio tecnológico debe incluir el escepticismo ante las visiones mesiánicas y utópicas que nos presentan los que no tienen un sentido histórico de los débiles equilibrios sobre los que descansa la cultura. De hecho, si por mí fuera, prohibiría a cualquiera hablar sobre las tecnologías de la información a no ser que la persona pudiera demostrar que conoce algo sobre los efectos sociales y físicos que causaron la invención del alfabeto, del reloj mecánico, de la imprenta y del telégrafo. En otras palabras, que sepa algo sobre los costes de las grandes tecnologías.Primera advertencia, es pues, que la cultura paga un precio por la tecnología que incorpora.
Segunda advertencia
Esto enlaza con la segunda advertencia, y es que las ventajas y desventajas de las nuevas tecnologías nunca son distribuidas equitativamente entre la población. Esto significa que toda nueva tecnología beneficia a algunos y perjudica a otros. Hay incluso algunos que no les afecta para nada. Consideremos el caso de la imprenta en el siglo XVI, de la que Martín Lutero llegó a decir que era “el más alto y extremo acto de gracia de Dios, donde el mensaje de la salvación cobra impulso”. Colocando el mensaje de Dios en cada mesa de comedor cristiana, el libro masivamente impreso socavó la autoridad de la jerarquía eclesiástica, y provocó el cisma en la Santa Iglesia Romana. Los protestantes de la época se entusiasmaron con este invento. Los católicos aparecían por el contrario enfurecidos y hasta enloquecidos. Puesto que soy judío, si hubiera vivido en esa época, me hubiera traído sin cuidado unos u otros, me hubiera dado igual si el pogromo fue inspirado por Martín Lutero o por el Papa León X. Unos ganan, otros pierden, unos pocos permanecen igual.Pongamos otro ejemplo, la televisión, aunque aquí tengo que señalar que en el caso de la televisión hay muy pocos que no se vean afectados de una u otra forma. En América, donde la televisión ha calado más que en ningún otro sitio, hay muchas personas que la consideran una bendición, no menos que quienes han conseguido elevadas remuneraciones y gratificantes carreras profesionales como técnicos ejecutivos, directores de realización, presentadores o actores. Por otra parte, y a largo plazo, la televisión puede terminar con la carrera de profesor de enseñanza puesto que la escuela fue un invento asociado a la imprenta y permanecerá o desaparecerá dependiendo de qué importancia demos al mundo de lo impreso en el futuro. No hay perspectiva, claro está, de que sea la televisión la que desaparezca pero los profesores de enseñanza que se muestran entusiasmados por su presencia me recuerdan la imagen de algunos herreros que durante el cambio al siglo XX no solo alababan al automóvil sino que también creían que su negocio iba a verse beneficiado por su desarrollo. Ahora sabemos que su negocio no fue beneficiado por el automóvil, más bien lo dejo obsoleto, como cualquier inteligente herrero podría haber supuesto.Las verdaderas pregunta, que no debe descuidar cualquier persona que le preocupe el cambio tecnológico, son estas: ¿quiénes se van a beneficiar del desarrollo de esta nueva tecnología?. ¿Qué grupos, qué tipo de personas, qué tipo de industria va a ser favorecida? Y por supuesto, ¿a qué grupos de personas va a perjudicar?Estas cuestiones deberían estar presentes en nuestra mente cuando pensamos en la tecnología de los ordenadores. No hay duda de que los ordenadores han sido y seguirán siendo muy provechosos para las grandes organizaciones tipo compañías aeronáuticas o el complejo militar o los bancos o las agencias recaudadoras de impuestos. También es igualmente claro que el ordenador es indispensable para investigadores de alto nivel en física y otras ciencias naturales. ¿Pero hasta qué punto ha sido la tecnología de redes y ordenadores una ventaja para el conjunto de la población? ¿Qué ventajas para los trabajadores del metal, fruteros, mecánicos, músicos, carniceros, obreros de la construcción, dentistas, teólogos y la mayor parte de los oficios en los que el ordenador ahora se inmiscuye? Estas gentes tienen ahora sus asuntos privados mucho más accesibles a las instituciones siempre tan poderosas. Ahora son más fácilmente seguidos y controlados; están sujetos a muchos más controles e inspecciones, y se encuentran desconcertados antes las decisiones que se toman sobre ellos. Están siendo reducidos más que nunca a meros objetos numéricos. Están siendo enterrados en montañas de correo basura. Son objetivos fáciles de las agencias de publicidad y agencias estatales de fiscalización.En otras palabras, estas personas son perdedoras en la gran revolución de los ordenadores. Los ganadores, entre quienes se incluyen las compañías de ordenadores, las corporaciones multinacionales y los estados nacionales, siempre van a animar a los perdedores a que se muestren entusiastas con la tecnología de los ordenadores. Así es como funcionan los ganadores, y desde el principio contaron a los perdedores que con los ordenadores personales la persona corriente puede llevar un balance de sus cuentas domésticas más limpio, tener sus recetas bien guardadas y hacer listas de la compra más lógicas. Luego les cuentan que con los ordenadores será posible votar en casa, comprar en casa, conseguir todo el entretenimiento que queramos en casa, y así hacemos la vida comunitaria innecesaria. Y ahora, claro, los ganadores hablan constantemente de la Era de la Información, siempre dando a entender que cuanta más información tenemos, más seremos capaces de resolver importantes problemas – no solo los personales sino los problemas sociales a gran escala también. ¿Pero qué hay de verdad en esto? Si hay niños muriendo de hambre en el mundo – y los hay – no es porque haya falta de información. Si hay violencia en nuestras calles, no es porque haya falta de información. Si hay violencia contra las mujeres, si el divorcio, la pornografía y las enfermedades mentales están creciendo, nada de esto tiene que ver con la falta de información. Diría que es porque algo más falta, y creo que no es necesario que explicite que es lo que falta. Quién sabe, la era de la información puede resultar ser una especie de maldición que nos ciega de forma que no somos capaces de ver de dónde vienen realmente nuestros problemas. Por eso siempre es necesario preguntar a aquellos que hablan de forma tan entusiasta sobre las tecnologías de redes y ordenadores por qué lo hacen de esa manera, qué intereses representan, a quien esperan dar poder y de quien esperan captar poder.No pretendo atribuirles malignidad, dejemos siniestras motivaciones a otros. Solo digo que la tecnología favorece a algunos y que perjudica a otros, por lo que debemos preguntar al respecto. Por tanto, la segunda advertencia es que siempre hay vencedores y perdedores del cambio tecnológico.
Tercera advertencia
Ahí va la tercera. Dentro de toda tecnología se esconde una idea-fuerza, a veces incluso dos o tres ideas-fuerza. Estas ideas se ocultan a menudo a nuestra vista porque son de naturaleza algo abstracta. Pero esto no significa que no tengan consecuencias prácticas.Quizás hayas oído hablar del viejo dicho: a un hombre con un martillo, todo le parece como un clavo. Podríamos extenderlo a regla: a cualquier persona con un lápiz, todo le parece como un artículo. A cualquier persona con una cámara de televisión, todo le parece una imagen. A cualquier persona con un ordenador, todo le parece como datos. No creo que debamos tomar estos aforismos literalmente. Pero lo que nos llama la atención es que cualquier tecnología tiene su prejuicio. Como la propia lengua, nos predispone favorablemente y valora ciertas perspectivas y conclusiones. En una cultura no escrita, la memoria humana es de la máxima importancia, como pasa con los proverbios, refranes y canciones que contienen la sabiduría oral acumulada de siglos. Por eso el rey Salomón fue considerado como el más sabio de todos los hombres. En Reyes I nos cuentan que sabía hasta 3000 proverbios. Pero en la cultura escrita, estas hazañas de la memoria son consideradas una pérdida de tiempo, y los proverbios son simplemente fantasías irrelevantes. La persona de la era de la imprenta tiene hábito de organización lógica y análisis sistemático, no escribe proverbios. La persona de la era del telégrafo valora la velocidad, no la introspección. La persona de la era televisiva valora la inmediatez, no los hechos históricos. La persona de la era de los ordenadores, ¿qué podemos decir de ella? Quizás podamos decir que la persona de la era de las computadoras valora la información, no el conocimiento, ciertamente no la sabiduría. De hecho, en la era de las computadoras, el concepto de sabiduría puede que no tarde en desaparecer por completo.La tercera advertencia, por tanto, es que toda tecnología incorpora una filosofía que es expresión de cómo la tecnología nos hace usar nuestra mente, en qué medida nos hace usar nuestros cuerpos, en como codifica nuestro mundo, a cuales de nuestros sentidos se amplifica, a cuales de nuestras emociones y tendencias intelectuales desatiende. Esta advertencia es la suma y la sustancia de lo que el gran profeta católico, Marshall McLuhan quiso decir cuando acuñó la frase: “el medio es el mensaje”.
Cuarta advertencia
Esta es la cuarta advertencia: el cambio tecnológico no es aditivo, es ecológico. Lo explicaré mejor con la siguiente analogía. ¿Qué ocurre si vertemos una gota de tinta roja en una jarra de agua clara? ¿Tenemos agua clara o agua clara con una gota de tinta roja? Obviamente ninguna de las dos. Tenemos una nueva coloración en todas las moléculas de agua contenidas en la jarra. Esto es lo que pretendo explicar con el cambio tecnológico. Un nuevo medio no añade algo, lo cambia todo. En el año 1500, después de que se inventara la imprenta, no teníamos la vieja Europa más la imprenta. Teníamos una Europa diferente. Después de la televisión, América ya no era América más la televisión. La televisión dio una nueva coloración a las campañas políticas, a las escuelas, a las iglesias, a las industrias y a todo en general.Esta es la razón por la que debemos ser cautos sobre la innovación tecnológica. Las consecuencias del cambio tecnológico siempre son amplias, a menudo impredecibles y en su mayor parte irreversibles. Es por eso que debemos ser siempre cautos de los capitalistas. Los capitalistas son por definición no solo gente que asume riesgos personales sino, sobre todo, y más esencialmente, gente que asume riesgos culturales. Los más creativos y osados de entre ellos ansían explotar las nuevas tecnologías al máximo, y no les importa que tradiciones son derrocadas en el proceso o si una cultura está o no preparada para funcionar sin esas tradiciones. Los capitalistas son, en definitiva, radicales. En América, nuestros radicales más conocidos siempre han sido capitalistas: hombres como Bell, Edison, Ford, Carnegie, Sarnoff, Golfwyn. Estos hombres borraron de un plumazo el siglo XIX y crearon el XX, por lo que es un misterio para mí por qué a los capitalistas se les supone conservadores. Quizás porque tienen tendencia a llevar trajes oscuros y corbatas grises.Espero que entiendan que al decir esto, no estoy proponiendo argumentos para el socialismo. Solo digo que los capitalistas deben ser cuidadosamente observados y ordenados. De hecho, hablan de familia, matrimonio, piedad y honor pero si les dejan explotar las nuevas tecnologías en todo su potencial económico, pueden llegar a destruir las instituciones que hacen estas ideas posible. Ahora voy a poneros dos ejemplos de este punto, tomado del encuentro de América con la tecnología. El primero se refiere a la educación. ¿Quién, podemos preguntarnos, ha tenido el mayor impacto sobre la educación americana en este siglo? Si piensan en John Dewey o cualquier otro filósofo de la educación, debo decir que están muy equivocados. El mayor impacto lo produjeron hombres discretos con trajes grises en un suburbio de Nueva York llamado Princeton, New Jersey. Allí desarrollaron y promovieron la tecnología conocida como los test estandarizados, que son los IQ test, los SATs y los GREs. Estos tests redefinieron lo que entendemos por aprendizaje, y supusieron una reorganización del curriculum para acomodarse a los tests.Un segundo ejemplo se refiere a nuestra política. Está claro que la gente que más radicalmente ha influido en la política americana contemporánea no son ideólogos políticos o protestatarios estudiantiles con melenas y libros de Karl Marx bajo el brazo. Los radicales que cambiaron la forma de hacer política en América fueron los emprendedores vestidos con trajes oscuros y corbatas grises que dirigieron la gran industria de la televisión en América. No trataban de convertir el discurso político en una forma de entretenimiento. No trataban de impedir que una persona obesa pudiera optar a altos cargos políticos. No trataban de reducir las campañas políticas a un anuncio de 30 segundos de TV comercial. Todo lo que trataban de hacer es que la televisión se convirtiera en una gran máquina de hacer dinero sin parar. Que destruyeran la sustancia del discurso político en el proceso era algo que no les incumbía.
Quinta advertencia
Ahora llegamos a la quinta y última advertencia, que dice que tendemos a hacer de los medios algo mítico. Uso esta palabra en el sentido de que fue usado por el crítico literario francés Roland Barthes. Utilizó la palabra “mito” para referirse a la tendencia común a pensar en las creaciones tecnológicas como si fueran creaciones divinas, como si formaran parte del orden natural de las cosas. En alguna ocasión he preguntado a mis estudiantes si saben de algún alfabeto que fuera inventado. La pregunta les sorprende. Es como si les preguntara cuando fueron las nubes y los árboles inventados. Creen que el alfabeto no es una invención humana. Sí que lo es. Así ocurre con muchos de los productos de la cultura humana, pero especialmente con los derivados de la tecnología. Coches, aviones, televisores, películas, periódicos, etc., han alcanzado un status mítico porque son percibidos como regalos de la naturaleza, no como artefactos producidos en un contexto histórico específico.Cuando una tecnología se hace mítica, es peligroso porque entonces es aceptada como es, y no es entonces fácilmente susceptible de modificación o control. Si propusiéramos al americano medio que las emisiones de televisión no empezaran hasta las 5 de la tarde y que terminaran a las 11 de la noche, o propusiéramos que dejara de haber anuncios en la televisión, pensará que es una idea ridícula. Pero no porque esté en desacuerdo con el plan. Lo tomará como ridículo porque asume que le estamos proponiendo que cambie algo de la naturaleza, como si sugiriésemos que el sol debería salir a las 11 de la mañana en vez de a las 7.Siempre que pienso en la capacidad de la tecnología para hacerse mítica, me viene a la mente las palabras de Juan Pablo II cuando dijo: “La ciencia puede purificar a la religión del error de la superstición. La religión puede purificar a la ciencia de la idolatría y los falsos absolutos”.Lo que estoy diciendo es que nuestro entusiasmo por la tecnología puede volverse una forma de idolatría y nuestra creencia en sus beneficios puede ser un falso absoluto. La mejor manera de ver a la tecnología es como a un intruso extraño, recordando que la tecnología no es parte de un plan divino sino el producto de la creatividad humana y nuestro orgullo, y su capacidad para el bien o el mal queda siempre pendiente de lo que los humanos digamos que puede hacer por nosotros y a nosotros.
Conclusión
Así que estas son mis cinco advertencias sobre el cambio tecnológico. La primera, que siempre vamos a pagar un precio por la tecnología incorporada, cuanto mayor es la tecnología, más grande es el precio. Segundo, que siempre habrá ganadores y perdedores, y que los ganadores siempre intentarán persuadir a los perdedores de que también ellos son ganadores. Tercero, que incrustada a toda tecnología está un prejuicio epistemológico, político o social. Algunas veces este prejuicio nos puede favorecer, otras no. La imprenta aniquiló la tradición oral, el telégrafo aniquiló el espacio, la televisión ha empequeñecido el mundo, los ordenadores, quizás acaben degradando la vida comunitaria. Y así todo. Cuarto, que el cambio tecnológico no es aditivo, es ecológico, que significa que lo cambia todo a su paso, por lo que es demasiado importante como para dejarlo en las solas manos de Bill Gates. Y quinto, la tecnología tiende a hacerse mítica, esto es, que se percibe como parte del orden natural de las cosas, por lo que tiende a controlar más nuestras vidas de lo que sería deseable.
Si tuviera más tiempo, podría proporcionaros más cosas de interés sobre el cambio tecnológico, pero os dejo estas advertencias por el momento, y termino con el siguiente pensamiento. En el pasado, experimentábamos la tecnología del cambio a la manera de un sonámbulo. Nuestro slogan nunca explicitado ha sido “tecnología über alles”, y hemos deseado adaptar nuestras vidas para encajar los requisitos tecnológicos, no los requisitos de la cultura. Esto es una forma de estupidez, especialmente en una época de cambios tecnológicos tan profundos. Necesitamos actuar con los ojos bien abiertos para que utilicemos más la tecnología en vez de que sea la tecnología la que nos utilice a nosotros.»
(*) Neil Postman (1931 – 2003) fue un sociólogo y crítico cultural estadounidense. Fue discípulo de Marshall McLuhan, director del Departamento de Cultura y Comunicación de la Universidad de Nueva York, y profesor de Ecología de los medios. Escribió importantes libros sobre educación (Education as a Conserving Activity y The Disappearance of Childhood), sobre los efectos de los medios (Amusing Ourselves to Death) y sobre los efectos globales de la tecnología (Technopoly).
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